Fachada |
De
camino a la Posada Real Palacio de los Condes, admiramos a los pies de
Fuentidueña su estampa, como la de un decorado de teatro. Un caprichoso belén
ceñido por sus murallas medievales, templos románicos de San Martín y de San
Miguel, castillo vencido en ruina en lo más alto y un desfile de bodegas que
parecen observar al visitante semejando ser los ojos de la loma.
Un
alimoche arrastrado por el viento en su ingrávido vuelo, sin esfuerzo aparente,
dirige su camino hacia el singular edificio que destaca en medio de la villa.
En su soberbio alzado con techado de cinc se miran las nubes al pasar en ligero
tránsito, es el Palacio de los Condes, de la red de Posadas Reales.
Tenemos
que pasar al otro lado del río por el que fuera, en su origen, un puente
medieval. La travesía debe hacerse con sumo cuidado, pues su perfil de lomo de
asno con el vértice en el centro no permite la vista de los vehículos que lo
cruzan desde otro lado, así que ahora debemos dar marcha atrás, pero imaginamos
las discusiones de las gentes con sus carros hace cientos de años cuando
faltaba el guardés del puente.
Se
accede a la plaza del Palacio por el recodo del arquillo desde la calle Nevera,
y allí nos encontramos ante la imponente fachada barroca de la Capilla, con su gran
rosetón y coronada por un tímpano triangular. Tras el gran portón de madera,
Noemí ya nos espera en la recepción: los demás huéspedes llegarán más tarde,
así que nos ofrece cordialmente su tiempo para mostrarnos la Posada.
La
Capilla del Pilar o de los Condes de Montijo fue declarada Bien de Interés
Cultural en 1982. Esto le otorga, además, un compromiso de ‘intocable’ a lo
conservado y que Patrimonio vigila rigurosamente en todas las intervenciones
arquitectónicas que se vayan a realizar en el edificio. En concreto la obra
duró cinco años, desde 2003 a 2008, año en el inauguraron esta joven Posada.
Obras |
De
la tortuosa historia del palacio que fue pasando de mano en mano durante la
Edad Media, hasta que en el s. XVIII los Condes de Montijo decidieron edificar
esta capilla sacrificando parte del noble edificio: ‘por la devoción que
sentían al Santo Rosario’, hasta el posterior abandono y su casi total ruina,
los actuales propietarios se encontraron con una magna obra por realizar que
tienen registrado en un museo fotográfico que ilustra este proceso de
reconstrucción.
La
cubierta estaba completamente destruida y para el montaje de las nuevas bóvedas
(las laterales a la vista, para que se pueda apreciar el antes y el después)
tuvieron que instalar una enorme grúa cuyos trabajos fueron la atracción de la
villa.
Afortunadamente
los capiteles, altares, cornisas y columnas se habían salvado, a pesar del
tiempo pasado a la intemperie y sumando al hecho que, la ‘señora de las
fuentes’ también había decidido hacer su regadío en el interior del edificio.
Así que ahí están como estuvieron siempre, pero ahora alumbrando estancias para
un uso bien distinto.
La
sala principal del edificio es hoy su restaurante, ideal para celebraciones
numerosas por su gran espacio diáfano. Luego arriba, desde el coro, podremos
admirar mejor la magnitud y belleza del templo y, también, la de la mesa que
preside el altar: se trata de una sola pieza de 6 metros de longitud, con un
peso de 1000 kg, construida en madera de iroko, que tuvieron que introducir
antes de finalizar los trabajos de la entrada al restaurante.
Cúpula en obras |
Regresamos
a la recepción por el magnífico arco de piedra que separa ambos recintos y que
fue sostén que evitó su total derrumbe. Pero antes nos detenemos un momento
para observar el curiosísimo detalle que adorna uno de los cuartos de baño del
comedor: un precioso ángel alado de beatífica sonrisa preside el aseo de
señoras, justo encima del WC. Noemí nos cuenta que coincidió así, puesto que
allí estaba uno de los altares y el ángel, como un milagro, en perfecto estado
de conservación.
Todas
las habitaciones son distintas porque se han adaptado a la originaria
estructura del edificio: la imagen más aproximada, para que nos hagamos una
idea, sería la de un cubo insertado en ese espacio de amplios muros de sólida
sillería caliza, y en el que se encuentran todas las dependencias. De esta
manera coincide, por ejemplo, en una de ellas un rosetón o un óculo como
iluminarias, la mitad de una cornisa en la entrada de otra o una parte de una
columna asomando, curiosamente, por cualquier rincón.
Habitación |
Su
decoración es intencionadamente sencilla, pero sin dejar de mimar el detalle
con hermosas piezas antiguas (de nuevo la restauración y la conservación
merecen otro sobresaliente) como la colección de casullas y albas que adornan,
tras unas vitrinas, la zona común: no hay que olvidar que el lugar fue templo
sagrado...
De
nuevo en la recepción conocemos a Mari, la cocinera: aparece con una rama
florida de manzano para dar alegría a cualquier rincón y nos cuenta que viene
del río de coger berros y lijonjeras para elaborar las ensaladas ¡Qué suerte
cuando el mercado lo ofrece la propia naturaleza!
Restaurante |
Nos
detenemos ante un expositor que contiene pastas y magdalenas de la estupenda
panadería Lozoya de Peñafiel y un vino llamado ‘Castillo de Fuentidueña’,
elaborado con uva tempranillo por Fernando Pertierra, el propietario del
castillo. Este año obtendrá, junto con otras 8 o 9 bodegas de la zona la
‘Denominación de Origen de Valtiendas’.
La
visión de todas estas suculencias nos recuerdan que se aproxima la hora del
almuerzo,y la sugerencia de Noemí de probar el vino con algo para ‘picar’ nos
parece una excelente idea. Así que mientras Mari dispone algo (cualquier
cosa…), nosotros aprovechamos para dejar el equipaje en nuestra preciosa y
amplia habitación, con su curiosa ventana en forma de óculo que ocupa casi
entera una de las paredes.
Cuando
bajamos a la cafetería, para alojados en la Posada, ya tenemos la mesa
preparada y a Noemí decantando el vino. Enseguida Mari nos sorprende, de nuevo,
con unos huevos fritos del corral de unos vecinos, acompañados con pisto de las
verduras de los huertos que tan generosamente riega el río.
El
pan, no podía ser otro que la torta de aceite de Lozoya (¡pero qué bien empapa la
yema!) y una deliciosa ensalada de berros y lijonjeras. Conscientes de estar
disfrutando preciosos manjares, degustamos un vino auténtico, que recrea en el
paladar esos sabores antiguos de los caldos que se elaboran en las pequeñas
bodegas para consumo familiar.
Después
del confortable y silencioso reposo, nos esperan las visitas, imprescindibles,
a San Miguel, San Martín, la necrópolis del siglo X, el castillo, las
murallas... La villa se disfruta en su paseo desde lo alto del castillo hasta
la playa junto al puente, y allí nos volvemos a detener a contemplar las mansas
aguas del Duratón.
Hemos
acordado con Noemí una cena que no sea muy copiosa (su estupendo lechazo lo
dejaremos para otra visita y a la hora de comer), pero no podemos marcharnos
sin probar algunas de las especialidades de su gastronomía de sabor
tradicional. Nuestro menú degustación se compone de tres platos. Primero:
‘Pechuga de Pavo Escabechada’, jugosa y de sabores equilibrados, donde el
vinagre resulta sutilísimo y aromático: ¿el secreto?, que el vinagre está
elaborado por ellos mismos con un buen vino.
Le
sigue una finísima ‘Trucha Marinada’, procedente de la importante piscifactoría
de la villa, y que merece para sus habitantes todos los elogios en cuanto a la
calidad de su producto. Damos fe de ello y de su sabrosa carne tratada por Mari
con sutilidad y refinamiento.
Carrillera |
Para
acabar con una exquisita ‘Carrillera de Cerdo’: Mari maneja las especias de
manera prodigiosa, y nos la imaginamos recolectando las plantas de estos
sabores y aromas con los que condimenta sus platos. Con ellos se podría hacer
una cata de sabores, tratando de averiguar qué hierba, aroma, fruto de la
tierra se manifiesta, prevalece y ensalza, y logrando con ello que la calidad
de la materia prima no se oculte detrás de los aliños: delicadísima y sabia
proporción.
Nos
despedimos tras degustar una selección de sus postres servidos en una pequeña
cata.Tras un agradable paseo, la confortable cama de la Posada nos espera.
De
mañana, Noemí, con su encantadora sonrisa, nos recibe y conduce a la mesa de
primoroso mantel, en el que la vista se va hacia un plato de frutas peladas
verdaderamente apetecibles. Luego vendrán fiambres, embutidos, quesos, dulces,
magdalenas, el pan recién tostado, completando generosamente el desayuno.
Hemos
disfrutado y hemos sido acogidos con calidez en una Posada Real realmente
singular. Pero tenemos que despedirnos: ¡Hasta otra, Noemí! volveremos
encantados. Regresamos por la vega, tras una estancia inolvidable.
Tomado
de Express. Texto: María José Gómez Velasco
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