TREN BALA JAPONÉS CUMPLE 50 AÑOS CON NUEVOS PLANES PARA EL FUTURO

El "Shinkansen" se inauguró el 1 de octubre de 1964, nueve días antes de que comenzasen los Juegos Olímpicos de Tokio, en plena oleada de euforia nacional.
 
Vista de un tren Shinkansen con el monte Fuji al fondo y cerezos en flor en primer plano.
El tren bala, el símbolo por excelencia de la modernidad de Japón, celebra su cincuenta cumpleaños, una efeméride marcada a partes iguales por la nostalgia y el desarrollo del nuevo ferrocarril de levitación magnética que entrará en servicio en 2027.

El "Shinkansen" (literalmente, "nueva línea troncal") se inauguró el 1 de octubre de 1964, nueve días antes de que comenzasen los Juegos Olímpicos de Tokio, en plena oleada de euforia nacional.

No era para menos; no se habían cumplido aún dos décadas de la derrota del país en la II Guerra Mundial y Japón había pasado de ser un erial arrasado a demostrar al mundo su potencial económico con el estreno de la primera línea férrea de alta velocidad del planeta.

El aerodinamismo de la serie 0 (primer modelo de convoy utilizado, cuya locomotora tenía un morro similar al de un avión), su diseño pensado para reducir las vibraciones o el sistema automático por el cual se controlaba la velocidad revolucionó el diseño de trenes en todo el mundo.

Aquella primera línea del tren bala cubría la mítica "Ruta del Mar Oriental" (Tokaido), la principal vía comercial del país que durante siglos había unido Edo (el antiguo Tokio) con las ciudades occidentales de Kioto y Osaka.

En aquellos viajes inaugurales las máquinas alcanzaron máximos de 210 kilómetros por hora y lograron cubrir el trayecto entre Tokio y Osaka (550 kilómetros) en cuatro horas (al año siguiente se rebajaría a tres horas), a diferencia de la línea de tren convencional, que por entonces cubría la distancia en casi 7 horas.

Al permitir de repente "viajes de un día" entre los dos principales núcleos del país, el tren bala brindó un enorme impulso a la economía nipona y constituyó un importante pilar del llamado "milagro japonés".


No es de extrañar que instituciones o medios de comunicación recuerden estos días con nostalgia el nacimiento del shinkansen, emblema de la segunda mitad del reinado del emperador Showa (1921-1989), época de pujanza que hoy se rememora aún con más añoranza si cabe tras dos décadas de estancamiento económico.

Con los años, la red de alta velocidad ha superado con éxito el reto de extenderse paulatinamente por un país con una complicadísima orografía (entre el 70 y el 80 por ciento es terreno montañoso) hasta cubrir sus principales centros urbanos en las islas de Honshu y Kyushu.

El shinkansen, cuya serie más actual (la E5) es capaz de alcanzar los 320 kilómetros por hora, continúa haciendo gala de una puntualidad y una frecuencia de trenes (los hay cada 5 minutos en la mayoría de líneas) única en el mundo, además de solo haber sufrido accidentes menores a lo largo de sus cincuenta años de vida.

Medio siglo a lo largo del cual ha transportado a unos 5.500 millones de pasajeros (actualmente lleva a unos 325 millones al año).

Sin embargo, Japón insiste en ir más allá y, sobre todo, más rápido, con el desarrollo de su sistema ferroviario maglev (de levitación magnética), el cual lleva probando ya en fase experimental desde el año pasado.

Esta misma semana se realizó el primera ensayo público en la vía de prueba que Central Japan Railway tiene en la prefectura de Yamanashi (centro del país).

El tren alcanzó, para admiración de periodistas y representantes institucionales, los 500 kilómetros por hora.


El convoy usa motores lineales instalados cerca de los raíles, que hacen que el campo magnético eleve al tren hasta 10 centímetros por encima de las vías y lo impulse, eliminando el contacto y haciendo que el único elemento de fricción sea el aire.

Con este sistema, la empresa ferroviaria pretende inaugurar para 2027 una línea comercial que una las ciudades de Tokio y Nagoya en 40 minutos (casi una hora menos que con los actuales shinkansen) y se amplíe en 2045 hasta Osaka, en lo que supondría un trayecto total de solo una hora.


No obstante, algunas voces han empezado a cuestionar si el monstruoso coste que implica este proyecto (se estima que la línea Tokio-Nagoya costará en total casi 80.000 millones de euros) merece la pena en un país que prevé perder el 30 por ciento de su población de aquí a mediados de siglo.

TOKIO, LA CIUDAD DE JAPÓN QUE UNE EL FUTURO Y EL PASADO

Vista de Shinjuku, uno de los distritos financieros de la ciudad.
Tokio es una de las ciudades de oriente en donde los pobladores son amantes de la tecnología y las tradiciones sin distinciones.

Pocas ciudades encarnan mejor las contradicciones de sus habitantes; pocas urbes son capaces de mostrar un amor desmedido por lo nuevo, por lo más avanzado y futurista, y combinarlo con los jardines más tradicionales, imperecederos y tradiciones más veneradas que en Tokyo.
 
Sanja "matsuri" en Asakusa
Los japoneses, definitivamente, no son amantes de los términos medios, y cualquier paseo por sus innominadas calles lo puede demostrar.

Amantes por igual de la tecnología y las tradiciones, los japoneses, y sobre todo los ciudadanos de Tokio, disfrutan con las pantallas gigantes de televisión, con edificios cubiertos de carteles luminosos y con hileras de autopistas abrigando futuristas construcciones, como la Torre de Tokio, la estructura de acero más alta del mundo, la cual, en un alarde kitsch muy nipón, cambia de colores cada noche.

Tokio se fundó en 1590 con el nombre de Edo. Fue entonces cuando sustituyó a Kioto como capital de un país dominado por los shogun, los nobles generales que gobernaron desde 1192 hasta la Restauración Meiji, en 1867.
 
Ayuntamiento de Tokio
Entonces, la ciudad fue renombrada como Capital del Este (el significado literal de Tokio). Actualmente, es una megalópolis de 12.8 millones de habitantes (el 10% del país), compuesta por 23 distritos, cada uno con su propio alcalde, personalidad y características. La ciudad ha pasado de permanecer cerrada a cualquier visita o influencia extranjera a adoptar con suma flexibilidad y pasión, cualquier manifestación artística.

Entre los sectores más conocidos de la capital está Ginza, la zona más exclusiva y cara, en la que se encuentran las boutiques más famosas, las cafeterías y el teatro clásico de Kabuki-Za, un espectáculo de la época Edo con dos sesiones diarias.

Al otro lado de Shibuya se halla Harakuju, denominado los Campos Elíseos de Tokio. Hay áreas verdes para todos los gustos, pero los más conocidos son Meiji Jingu Gyoen, Happo Gyoen, Koishikawa Korakuen Gyoen y Shinkuju.


La tecnología pasa, queda obsoleta, y cada japonés se esfuerza en reponerla al poco tiempo. Pero los jardines nipones están hechos para perdurar, para sentarse en ellos, admirarlos y reflexionar.

BRETAÑA, LA CUNA DEL REY ARTURO, MERLÍN Y DE LOS CABALLEROS DE LA TABLA REDONDA

Si hay una región europea anclada en su pasado místico y legendario esa es Bretaña. En el noroeste de Francia, muy cerca de la bellísima Punta del Raz en el Finisterre galo, surge un mundo mágico y envolvente repleto de hadas, duendes y gigantes con una leyenda eterna: la del Rey Arturo, acompañado por los caballeros de la Mesa Redonda, y su inseparable Merlín.

Para captar y adentrarse en ese mundo imaginario de las leyendas bretonas no hay nada como aventurarse a través de los bosques y matorrales de espinos de esta Bretaña celta con el mar siempre presente y un interior, "el país de los árboles", enigmático y misterioso.

El bosque de Broceilande, a solo unos kilómetros de Rennes, la capital bretona, constituye el punto de partida para profundizar en las leyendas artúricas.

Broceilande es el nombre mítico del actual bosque de Paimpont, un vestigio de la masa forestal que cubría el corazón de esta península en la Edad Media.

Fue en este sombrío bosque donde los caballeros de la Mesa Redonda encontraron un decorado perfecto a la medida de su destino: la búsqueda del Santo Grial, escondido en los bosques de la pequeña Bretaña.

Así lo atestiguan algunos libros del siglo XII, guardados en la Abadía de Paimpont -el corazón del bosque-, que también recogen las andanzas de Merlín, el amigo y consejero del Rey Arturo, y el huésped más famoso de este bosque que también "esconde" su tumba, siempre abarrotada de turistas, y la "fuente de la eterna juventud".

Merlín, enamorado del hada Viviana, la "dama del Lago" en el castillo de Comper, pasó a la historia mucho antes de que Walt Disney le catapultara hacia el estrellato en el siglo XX.


Ya hablaban de él y sus poderes mágicos las leyendas enraizadas en las continuas guerras libradas en el siglo VI por los celtas y los invasores sajones que sugerían la unidad entre Bretaña la Grande, la actual Inglaterra, y la Pequeña, entonces llamada Armónica.

Hoy, los seguidores de los relatos del Rey Arturo y de Merlín tienen en el Centro del Mundo Imaginario Artúrico un "filón" a explotar. Situado en el castillo de Comper, está dirigido por un grupo de investigadores y artistas enamorados de este bosque del que se tiene noticia desde hace mil años.

En su interior se ofrece una exposición interactiva de todos los personajes de la leyenda -descubriendo a un mago Merlín más salvaje y loco- y de la rica mitología celta.

Luego hay que adentrarse en este bosque de 7.000 hectáreas para admirar algunos de sus árboles milenarios. Robles y hayas se siguen imponiendo a los numerosos pinos que han crecido sobre todo a raíz del incendio de 1990 -un castaño de oro recuerda esa tragedia natural junto a otros árboles negros quemados-, pero uno de esos ejemplares milenarios destaca por encima de todo: el roble de Guillotin, llamado así porque en su interior se refugió un sacerdote con ese nombre durante la Revolución Francesa.

"Hoy los niños piden permiso a este árbol -comenta Nicolas Mazzalira, director del centro- para visitar el parque, mientras que los mayores vienen aquí a encontrarse espiritualmente y sanarse de alguna enfermedad".

Después de la impresión que nos deja este ejemplar, con sus 20 metros de altura y sus 9,65 metros de circunferencia, el itinerario del bosque conduce al Valle sin Retorno.


La leyenda cuenta que fue aquí donde Morgana, hermanastra del rey Arturo y alumna de Merlín, se vengó del Caballero Goyomard al sentirse traicionada por él y abandonada por Lancelot, aprisionando para siempre a los amantes infieles en este valle.

Dos grandes rocas unidas-los amantes transformados en piedra- recuerdan la historia, mientras se divisa una bonita vista del "lago de las hadas".

Tras abandonar Broceliande y poniendo rumbo sur en la ruta, hay que hacer una parada en Josselin, calificada como "ciudad de arte" en Bretaña e imponente con su castillo de los Rohan y su coqueto casco viejo, antes de llegar a Carnac.

Es en esta franja muy próxima a la costa donde los alineamientos de megalitos siguen constituyendo una incógnita para los estudiosos de la arquitectura sagrada y funeraria.

Hay más de 3.000 megalitos, que se esparcen de este a oeste, llegados a nuestros días y, aunque los antiguos pensaban que se trataba de "una obra del diablo", sus características han llevado a pensar que debían ser lugares ceremoniales. Hipótesis y discusiones no faltan en este asunto.

Desde Carnac vale la pena darse una vuelta por la "Costa Salvaje" de Quiberon, un espectacular paisaje que se ha librado de las construcciones en su vertiente oeste gracias a un proyecto del gobierno que intenta recuperar el espacio natural y su flora.

En esta península también es muy recomendable presenciar un concierto de algún "bagad" ("tropa" en bretón), el grupo musical típico de la región con sus instrumentos clásicos: gaita escocesa, bombarda, caja clara y percusión.

Sus actuaciones son espectaculares y los bretones las celebran al compás de sus bailes tradicionales y más modernos, repletos siempre de intensidad y emoción.

El resto de Bretaña guarda muchas más leyendas. Al norte, en los Monts d’Arrée, "el reino del Ankou y la tierra de los "korrigans", todas giran alrededor de la muerte con las marismas de Yeun Ellez, anegadas por un lago artificial, donde se dice que se encuentran las "puertas del infierno".

Muy cerca, ya en el departamento de Finisterre, Huelgoat ofrece un espectacular paisaje geológico y prehistórico de piedras gigantes (una de ellas, la más famosa, "la piedra que tiembla" pesa 137 toneladas y los turistas intentan moverla con poco éxito) junto al Río de la Plata, llamado así por la proximidad de unas minas ya abandonadas.

En este espectacular paraje se oculta entre las rocas la gruta del Diablo, otra fuente inagotable de cuentos, a la que se puede acceder por unas escaleras que parecen llevarnos al mismo infierno.

La ruta en torno a las leyendas bretonas puede concluir en la bahía de Douarnenez. Aquí, junto al "fin del mundo" francés junto a la Punta del Raz, se sitúa la leyenda de una poderosa ciudad llamada Ys, hoy sumergida, que dominaba toda la Galia siendo gobernada por Gradlon, el Rey de Cornualles.

Protegida del mar por un dique con compuertas, cuyas llaves sólo tenía el rey, quedó inundada cuando su hija Dahut, convertida en amante del diablo, robó las llaves causando el desastre y su desaparición. Los románticos de hoy todavía piensan en esta "ciudad fantasma" que para ellos fue la más espectacular del norte de Francia.


En la actualidad, la Punta del Raz es visitada todos los años por 850.000 turistas. Viendo alguno de sus atardeceres frente a la isla de Sein, poblada por 120 habitantes, y el faro de La Vieille que emerge del mar, no resulta nada extraño que Flaubert y Victor Hugo loaran en sus escritos a esta bella esquina de la costa atlántica francesa.
Tomado de Kuviajes

OTOÑO EN BRETAÑA, TIERRA DE HADAS Y CASTILLOS… SIN PRÍNCIPE

NOTA INFORMATIVA: Bretaña francesa se visita en el viaje especial de Semana Santa 2015, con salida de Santander.  Es uno de los viajes turístico-culturales organizados por Viajes Altamira, dentro de los programados por su Cincuenta Aniversario.
Ver itinerario y condiciones del viaje <AQUI>

Acantilados, bosques encantados, menhires y canales navegables en una tierra donde naturaleza y mano del hombre conviven en armonía

Texto; Carmen Cespedosa – Apartándose de las rutas convencionales, pero a corta distancia de nuestro país, pueden encontrarse paraísos naturales, espectaculares monumentos, templos del buen comer y beber. Bretaña, la punta más occidental de Francia, allí donde también hay un Finisterre, muestra un mundo de contrastes y armonías que conviven a la perfección y asombran al visitante.
  
Un buen comienzo
Podría iniciarse el recorrido de Bretaña evocando sus ciudades de arte e historia, descubriendo los palacios y casas señoriales que crecieron en la época de mayor esplendor, gracias a la madera para barcos o el comercio de las velas. Podría comenzarse atendiendo a su naturaleza y paisaje, con impresionantes acantilados, bosques misteriosos, canales navegables, vías verdes… También podría apelarse a su “art de vivre”, a los placeres de distinto tipo que ofrece al cuerpo: centros de talasoterapia y spas, ostras y mantequilla salada, sidra y magníficos vinos…
Pero otra forma de comenzar es aludiendo a su historia.

No es, exactamente, un lugar turístico, pero tal vez la primera visita que hay que hacer antes de penetrar en el mundo cambiante y sorprendente de Bretaña, sea Carnac. Frente a este monumento prehistórico que hoy como ayer sigue despertando teorías y apuestas sobre su razón de existir, la mente se prepara para lo que luego debe venir.

Se ha dicho que era un observatorio astronómico, un centro de ritos funerarios, un raro reloj solar, pero nadie ha encontrado la respuesta exacta a esos 1.099 menhires, perfectamente repartidos en once hileras de más de un kilómetro. La penúltima teoría indica que se trataba de una especie de lugar místico para hombres de mar.

Nada hay de extraño en ello porque en Carnac, como en toda la región de Morbihan en que se encuentra y en toda Bretaña, el mar es el gran protagonista. En el recorrido por esta zona se le ve, se le huele, se le siente en cada instante. A veces en forma de forma de suave y rítmico oleaje y otras veces con desatada furia, violento, salvaje.

Muy cerca de Carnac está Quimberón, en la punta de una península que nunca pasa de unos cientos de metros de ancho y que, a veces, cuando sube la marea, parece desaparecer uniendo los dos mares. A un lado de esta península se agrupan los puertos donde los barcos buscan refugio del potente mar que, al otro lado, se muestra en todo su esplendor. Es la llamada Costa Salvaje, un lugar de extraordinaria belleza en el que se suceden los islotes, arcos de piedra y acantilados que son esculpidos día a día con increíble fuerza por el mar.

Incluso en los días serenos está terminantemente prohibido bañarse en sus solitarias playas. Nombres como el Pasaje del Miedo, la Bahía de los Muertos o el Infierno de Plogoff definen algunos de sus accidentes geográficos y la impresión que, desde siempre, han causado en las gentes.
Castillo típico de Bretaña

Mar medicinal
Pero es mismo mar que estremece, que asusta, que mata, se convierte un poco más allá en fuente de salud. Toda la zona está llena de centros de talasoterapia, uno de los mejores tratamientos contra el estrés, las enfermedades de los huesos y las circulatorias, pero también eficaz en las terapias antitabaco, las curas después de la maternidad y los cuidados de la piel. Cada año acuden miles de viajeros de distintos lugares de Europa a los centros de talasoterapia de Bretaña. Buscan salud, claro, pero también un estilo de vida que conviene a todos: tranquilidad, buenas comidas, lectura, reposo, sol…

Una preciosa leyenda cuenta que las hadas encantadas del cercano bosque de Brocéliande derramaron tantas lágrimas que formaron el golfo de Morbihan. Las coronas de flores que arrojaron sobre sus aguas formaron cientos de pequeños islotes y algunos de los pétalos, que se alejaron mar adentro, dieron lugar al rosario de islas que bordean la costa de Bretaña, que reciben el nombre genérico de islas de Poniente.

Al viajero que se quedó extasiado frente a los menhires de Carnac no le cuesta nada aceptar esta explicación. Aceptaría también cualquier otra, porque todo parece posible en estas tierras. Tierras de contrastes, donde los castillos medievales conviven con la “nouvelle cuisine”, las veloces autopistas con recorridos para bicicletas o pausados paseos en barco y las suaves campiñas con costas salvajes y ríos caudalosos.
 
Trajes regionales
En la costa norte
El norte de Bretaña difiere bastante de la costa sur. Aquí la fuerza del Atlántico se muestra en todo su poderío y ha tallado relieves y formas que crean imágenes fantasmagóricas. Un buen ejemplo es la llamada costa de granito rosa, con imponentes concreciones de piedra esculpidas por el mar y el viento que ofrecen al visitante una visión casi irreal. El color rosa, a veces rojo, es excepcional. Está compuesto por cristal de feldespato, cuarzo y mica, aunque ese tono singular lo aporta el hierro. Es un paraje natural de excepcional belleza. Se estima que se formaron hace 300 millones de años y se extienden a lo largo de más de 25 hectáreas. Han sido clasificados patrimonio nacional francés y son propiedad del Conservatorio del Litoral. Los acantilados reciben cada año más de un millón de visitantes y, sin duda, es una etapa imprescindible de Bretaña. El sendero de los aduaneros es el camino ideal para descubrir la punta de Ploumanac’h y sus impresionantes bloques esculpidos por la naturaleza. Con la puesta de sol, el granito rosa adquiere un colorido anaranjado que deja boquiabierto hasta al menos sensible.
 
Mont Saint-Michel
Aunque no faltan los espectáculos sorprendentes en esta parte de Bretaña. Entre ellos, sin duda, la bahía del Mont Saint-Michel donde las arenas, la vegetación, el mar y el cielo comparten el horizonte. La luz juega con los elementos en un paisaje mutante donde se reflejan el Monte Saint-Michel y las alineaciones de mejillones bouchots. Según cuentan los habitantes de la zona, “el río Couesnon, en su locura, emplazó el Mont Saint-Michel en Normandía”, pero eso no impide que la bahía esté en Bretaña. Este lugar excepcional se halla en la puerta norte de la región y ha sido clasificado patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco. Varios fenómenos admirables han quedado reconocidos así: un paisaje marítimo excepcional, mareas que baten el record de Francia con 14 metros de amplitud, alineaciones de mejillones y mariscos y una joya arquitectónica mítica que se refleja sobre la inmensidad yodada.

El Mont Saint Michel, es el tercer monumento religioso más visitado de Francia, tan solo por detrás de Notre Dame y del Sagrado Corazón de París, y es también, sin duda, uno de los parajes más bellos y visitados de todo el país. En esta pequeña isla unida al continente por una carretera que en ocasiones es cubierto por las aguas cuando sube la marea, se levanta una pequeña ciudadela medieval que conserva el mismo aspecto que hace siglos sobre la que se eleva una impresionante abadía donde conviven el románico y el gótico en perfecta armonía.

Cuesta trabajo alejarse de este lugar que desprende un magnetismo especial, pero esperan nuevas sorpresas al viajero. Casi al lado está Saint-Malo, deseada durante siglos por los corsarios aunque supo preservar sus tesoros tras las murallas junto a la playa y el puerto. Las fachadas y torres que emergen de las fortificaciones confieren a la ciudad una silueta característica. Pero nunca ha sido Saint-Malo una ciudad cerrada, antes al contrario, sus gentes han tenido un espíritu aventurero que llevó, por ejemplo, a Jacques Cartier en el siglo XVI a descubrir Canadá, y a numerosos barcos pesqueros que llegaron a Terranova. Los armadores hicieron fortuna y la ciudad prosperó con bellos edificios. Resulta difícil creer que la mayoría de ellos fueron reconstruidos tras los bombardeos de 1944. En el siglo XVIII, los corsarios Duguay-Trouin y Surcouf reafirmaron el prestigio de Saint-Malo, cuyo estandarte flota por encima de la bandera francesa. Entre los bastiones de Saint-Louis y Saint-Philippe, la vista se abre al estuario y a Dinard. Las playas se suceden a los pies de las murallas hasta alcanzar la torre Bidouane. En el Grand Blé hay que hacer una visita póstuma al más famoso escritor de Saint-Malo: Chateaubriand. «Durante las horas de reflujo, el puerto queda seco y, en las orillas este y norte del mar, se descubre una playa de la más hermosa arena. Es posible dar la vuelta entonces a mi nido paterno. Al lado y a lo lejos, hay diseminados peñascos, fuertes, islotes deshabitados: el Fort-Royal, la Conchée, Cézembre y el Grand-Bé, donde estará mi tumba», escribió.

Saint-Maló
Forzando uno de esos contrastes que con tanta insistencia se dan en Bretaña, vale la pena tomar un barco en la punta de Arcouest y cruzar el brazo de mar que la separa de la isla de Bréhat apodada “isla de las flores”. Durante todo el año, la corriente del golfo garantiza a este lugar magnífico un microclima especial. Hay que dedicar el día a visitar sus casas encantadoras y sus calitas salvajes, olvidándose del coche, ya que sólo se circula en bici o a pie. Hortensias, mimosas, moreras, eucaliptos, aloes, camelias… el apodo de esta isla no es casual. Y si hablamos de pájaros: hay más de 120 especies censadas en la isla, entre ellos carboneros, petirrojos, pinzones, golondrinas y zorzales.

Del agua salada a la dulce
El agua también crea situaciones especiales en el interior. De Nantes a Brest, de Saint-Malo a Arzal y de Lorient a Pontivy se extienden más de 600 km de canales interrumpidos por esclusas y acompañados por paisajes naturales de gran variedad, Pequeñas ciudades con carácter y castillos pintorescos. Siguiendo el canal, a bordo de una barcaza o de un kayak, a pie o en bici por los caminos de tierra se puede conocer todos estos espacios verdes protegidos que hacen las delicias de pescadores y amantes de la naturaleza.

Navegar por el canal, con la familia y los amigos es fácil y muy agradable. No requiere ningún conocimiento de navegación. Cualquier adulto puede alquilar un barco habitable sin título de navegación durante un fin de semana o durante toda una semana. También existen barcos eléctricos que se alquilan por un día.

Pero aunque en Bretaña domina la naturaleza, hay también un rico patrimonio a veces repartido en pequeños pueblitos. Pero sobre todo concentrado en las grandes ciudades. Vale la pena descubrir el triángulo auténtico y audaz con Angers, famosa por su suavidad de vivir, Nantes, cuya industria se convirtió en espacios culturales, y Rennes, dinámica capital de Bretaña.
 
Nantes. Castillo
Situada en el corazón del Valle del Loira, incluida en el patrimonio mundial de la UNESCO, Angers, es famosa por su calidad de vida y su rico patrimonio. Ciudad de arte y de historia, dotada de espléndidos jardines y ampliamente comprometida en el desarrollo sostenible, Angers es también la base ideal para visitar los castillos y los viñedos del Valle del Loira y para el turismo fluvial.

Nantes, la ciudad preferida de los franceses invita a descubrir sus últimas proezas: un castillo transformado, un elefante gigante, un recorrido artístico de 60 Km. a lo largo de las orillas del Loira… Rennes, capital de la región de Bretaña, ofrece la riqueza de sus 2.000 años de historia y de su patrimonio preservado y restaurado y muestra plenamente su modernidad a través de sus últimas realizaciones: los Champs Libres, la Alineación del siglo XXI.

Bretaña, adentrándose en el Atlántico como un desafío, es un país envuelto en leyendas saladas. Los menhires y dólmenes que aparecen a cada paso, los palacios y castillos nos hablan de su rico pasado y confirman que en este lugar real se ha vivido mucho tiempo de lo fantástico, lo místico, lo imposible, lo irreal.
Bretaña ha sido modulada lejos de las grandes corrientes culturales, pero en el centro de las corrientes naturales. Así ha podido conservar su identidad celta y, a la vez, abrirse a otras dimensiones. A merced de los caprichos del clima y la historia, los bretones comparten una lengua verde que estimula la complicidad, los vincula al territorio y les confiere un carácter y una forma de entender la vida especiales. ¡Toda una originalidad que hay que saber disfrutar con alegría y sin complejos!

Otoño en la Bretaña
Cualquier momento es bueno para recorrer esta región, pero tal vez el otoño ofrezca experiencias diferentes, lejos de aglomeraciones turísticas y un clima suave y soleado. El otoño con su dosis de calma y serenidad es un buen momento para disfrutar el magnífico espectáculo del Golfo de Morbihan, una las mejores bahías del mundo con sus 42 islas de paisajes encantadores.

Si te va la aventura y te apetece sentir la libertad, la velocidad, el viento, el yodo, opta por el carro de vela, con el que se puede correr a la velocidad del rayo por las grandes playas de arena con vistas a las bahías bretonas más bonitas. Claro que si buscas algo más tranquilo, un paseo por las orillas del río Rance es un recorrido bucólico salpicado de ciudades de arte y pueblos encantadores como Léhon, Dinan o Dinard.

Otoño es también la época de la recolección de la manzana, lo que significa que es tiempo de elaborar la famosa sidra bretona. La reina de los campos frutales también se declina en esta época hasta el infinito en las recetas de la cocina bretona, la manzana aparece en “todas las salsas” cruda o cocinada, en compota, en una crepe flameada, en los kouing-amann, acompañando la andouille de Guéméne…


En otoño la migración es un espectáculo en la isla de Ouessant, una de las mejores zonas de Francia para la observación ornitológica otoñal. Es excepcional el número de aves procedentes de Siberia y otras especies exóticas que se detienen aquí. Y, hablando de islas, a diez minutos en barco desde la punta de Arcouest, Bréhat seduce por su microclima, un atractivo turístico importante fuera de temporada. Está prohibida la circulación de coches por la isla, lo que la convierte en un auténtico paraíso para paseantes y ciclistas. El cambio de ritmo y el relax es soberbio y para sentirlo no hay más que pasearse por sus caminos de vegetación mediterránea y por las callejuelas de sus pueblos. 

Cuando el otoño muestra sus primeros tonos lánguidos, hay que salir a pasear a Brocelandia, bordeando sus estanques y recogiendo de camino setas y castañas. Con un poco de suerte saldrán al paso las hadas, los dragones y los korrigans. Pero si se prefiere el contacto con el mar, nada como hacer la ruta de los faros. De Brest al País de los Abers, veintitrés colosos solitarios se enfrentan a los elementos y jalonan este recorrido legendario. El faro de Saint Mathieu se yergue entre las ruinas de su abadía; el Créac’h con su pijama a rayas blancas y negras; el Stiff, el Horno, el Piedras Negras… Hay que arrastrar por la belleza de estas construcciones con nombres míticos y por esos parajes fabulosos barridos por los vientos y castigados por el mar.
Tomado de Kuviajes

SAINT-MALÓ, LA CIUDAD CORSARIA DE BRETAÑA

NOTA INFORMATIVA:  Saint-Maló se visita en el viaje especial de Semana Santa 2015, con salida de Santander.  Es uno de los viajes turístico-culturales organizados por Viajes Altamira, dentro de los programados por su Cincuenta Aniversario.
Ver itinerario y condiciones del viaje <AQUI>



Saint-Maló, el mayor puerto de Francia en el siglo XVII, sigue siendo una ciudad amurallada de leyenda que atrae a muchos visitantes deseosos de conocer su historia.

A principios del siglo XX ya era un importante lugar de veraneo por sus playas y balnearios y hoy su cercanía a la Costa de Granito Rosa, por el oeste, y al Mont Saint Michel, por el este, le convierte en un destino muy apetecible.

Pero Saint-Maló guarda también sus propios encantos. La joya de la costa esmeralda es un laberinto de calles empedradas dentro de su intacto recinto amurallado circular (siglo XIII) con imponentes edificios del XVIII y con su emblema religioso, la catedral de St. Vincent (s.XII), que destaca por sus bonitas vidrieras muy luminosas.

La historia de esta ciudad fortificada, una de las más visitadas de la Bretaña francesa en la actualidad, está estrictamente unida a la de su puerto y al mar. Esa vocación marinera se palpa en sus calles empedradas, las tabernas y, sobre todo, en su ciudadela protegida por algo más de dos kilómetros de muralla, de granito y siete metros de espesor, con siete puertas presididas por la más valiosa, la Grande Porte (s. XV), desde que se ven las agujas de la catedral, y por la Puerta de Saint Vincent, con su Hotel de Ville, sede hoy del Museo de la Ciudad.

Pero volviendo a su pasado histórico, Saint-Maló ya era en el Medievo una isla fortificada en la boca del río Rance que atrajo a navegantes, pescadores y corsarios. Como el insigne marino Jacques Cartier, descubridor del río San Lorenzo, y Jacques Gouin de Beauchene, explorador de las Islas Malvinas, o los anónimos pescadores que zarpaban hacia Islandia o Terranova en busca de bacalao.

Otros hombres importantes en el devenir de Saint-Maló fueron piratas y corsarios que se instalaron en esta estratégica posición contribuyendo al crecimiento económico de la ciudad. El más célebre fue quizás Robert Surcouf, capitán corsario al servicio del rey de Francia, azote de las naves tanto militares como comerciales españolas e inglesas (su estatua puede admirarse en el siempre agradable paseo por las murallas). Este "hogar de los piratas" durante siglos influyó en el carácter reivindicativo de estos hombres del norte de Francia que renegaban, incluso, de su condición de franceses y bretones y preferían ser simplemente corsarios. Y de alguna manera lo consiguieron cuando proclamaron una República independiente entre los años 1490 y 1493.

Hay que recorrer tranquilamente el interior de la ciudad, destruido casi completamente durante la II Guerra Mundial y reconstruid fielmente después con su esplendor de antaño, pero sin olvidarnos de su zona extramuros para contemplar las playas que nacen a los pies de la muralla. Durante la bajamar se despeja el pelotón de troncos de madera que protegen esas viejas piedras cuando la mar está agitada y demuestra toda su fuerza y su grandeza. Y es que hay que tener en cuenta que en esta zona las mareas son gigantescas y el nivel del agua puede variar hasta 13 metros entre la pleamar y la bajamar. Cuando esta última se produce quedan al descubierto enormes playas, muchas veces solitarias, que permiten acceder a píe a tres de los históricos baluartes defensivos de la ciudad: el Fort Nacional, el Petit Bé Fort y el  islote del Grand-Bé, donde está enterrado otro de los hijos célebres de la ciudad y también de Francia,  el escritor Chateaubriand.


Desde Saint-Malo pueden realizarse excursiones recomendables. La más próxima es a la bella ciudad de Dinard, famosa por sus balnearios, pero también están muy cerca Concale, donde se pueden probar sus exquisitas ostras junto al puerto y la playa, y el Mont Saint Michel, la celebre abadía que pertenece a Normandía. En cualquiera de esas tres opciones, el mar y su maravilloso color esmeralda está siempre presente con las ya citadas mareas.

Visita a la Costa de Granito Rosa
Algo más lejana es la excursión a la Costa de Granito Rosa, pero vale la pena realizarla y desde Saint-Maló hay barcos que cubren este trayecto. Esta costa, situada entre Trébeurden y Perros-Guirec, es la zona más popular de Bretaña. Extiende sus paisajes marítimos a lo largo de unos quince kilómetros, ofreciendo así un espectáculo de un color único con lugares graníticos excepcionales y protegidos.


Entre los principales puntos de interés de la costa de granito rosa, se encuentran pequeñas ciudades como Perros-Guirec, Lannion y Trégastel. El primero de ellos, en el corazón de la Costa de Granito Rosa, ofrece al visitante un parque natural protegido de una belleza excepcional, paisajes insólitos y fantásticos donde la tierra y el mar están salpicados de rocas de granito rosa cuyas formas han sido esculpidas por el viento y por las olas desde hace milenios… Con un litoral de trece kilómetros y tres grandes playas de arena fina, Perros-Guirec ofrece una vista panorámica del archipiélago de las siete islas, una de las reservas ornitológicas de Francia más importantes.

Las numerosas rocas de granito que emergen a lo largo de los arenales, de las calas y de los islotes forman un patrimonio insólito que sigue sorprendiendo a los senderistas por el color cambiante y las formas extrañas y erosionadas de estas rocas. Este espacio natural se extiende sobre 60 hectáreas y en él existen numerosos e inolvidables paisajes que se pueden descubrir fácilmente recorriéndolos a pie por sus numerosos senderos señalizados.
Más información: www.vacaciones-bretana.com

Tomado de Kuviajes

Bangkok, una experiencia única

Tailandia es un excelente destino vacacional y, prueba de ello, son las millones de visitas que recibe este país cada año, una cifra tan alta que las autoridades tailandesas se están planteando seriamente limitar el número de turistas para frenar la degeneración de sus arrecifes de corales. Pero, lejos de las aglomeradas rutas turísticas se encuentran las curiosas calles de Bangkok. Perderse en ellas resulta toda una experiencia para los sentidos.


Bangkok es una de las ciudades más influyentes de Asia y también la que más se ha adaptado a las tradiciones occidentales. Sus mercados y sus calles de ambiente exótico nos transportan a un enclave único rodeado de templos impresionantes y a la exquisita gastronomía asiática.

Si viajamos a Bangkok debemos tener en cuenta alguna de estas cuestiones:

  -  Para comprar en el mercado o para realizar un paseo en los Klongs (canales) de Bangkok, tendrás que regatear.

  -  El tiempo en la capital tailandesa recibe a los turistas con una intermitente lluvia, pero también con calor, así que asegúrate de que en tu equipaje estás provisto de ropa fresca, alguna chaqueta y una buena protección solar para combatir los rayos del sol. Si visitas algún templo, no entres con pantalón corto o una camiseta sin mangas, para el pueblo tailandés es una ofensa.


 -   El saludo tradicional que realizan sus gentes se llama “wai” y consiste en colocar las manos juntas frente al pecho o bajo el mentón o la frente, aunque cada vez más se van incorporando tradiciones occidentales, como dar la mano.

 -   Los tailandeses son un pueblo extremadamente educado, por lo que debemos evitar hablar muy alto y, cuando nos dirijamos a ellos, hacerlo en un tono suave y agradable.


 -   Aunque Bangkok es una ciudad completamente segura y saludable, debemos tomar algunas precauciones típicas para el viajero. Por ejemplo, no beber nunca agua del grifo ni comer alimentos y verduras frescas no cocinadas, excepto en los buenos restaurantes y hoteles.

Aprovecha las excursiones y visitas guiadas para conocer un poco más sobre esta increíble ciudad. No te olvides de visitar los lugares imprescindibles de Bangkok, como son:

 *   El Templo del Buda Esmeralda, el mayor objeto de culto de Tailandia que sorprende por sus pequeñas dimensiones.


*    El Wat Poh, donde se exhibe el famoso Reclining Buddha, el Buda acostado más grande de toda Tailandia, de 46 metros de largo.


*    El Chinatow para conocer sus calles y su mercado.

*    Un paseo en barco por los canales de Bangkok para visitar el Wat Arun, un templo espectacular a orillas del río Chao Phraya, o incluso una excursión mas larga a el mercado flotante de Damnoem Saduak.




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Adviento en Viena, un espectáculo de luz que desafía al invierno

Texto y fotos: Manuel Bustabad Alonso

Cuando en España todavía estamos digiriendo la entrada del otoño y adaptándonos a las primeras lluvias frías de la temporada ya está Viena engalanada de millones de bombillas de colores para vencer a la oscuridad de las tardes y disfrazar sus calles de Adviento.


Estas fechas, tiempo de luz y espera antes de la explosión que supone la Navidad en la capital de Austria, son aprovechadas por los vieneses para desempolvar las figuras del belén, recuperar los adornos del árbol y cocinar las galletas de mantequilla que guardarán en cajas esperando los días señalados de celebración.

El domingo 27 de noviembre, en cada hogar austríaco se enciende la primera de las cuatro velas que adornan la corona de adviento, hecha con ramas de abeto e ilusión. Es tradición encenderlas los cuatro domingos anteriores al día de Navidad, mientras se come pan de higo y mandarinas, nueces y otros frutos secos.

Otra de las fechas de referencia del adviento vienés es la víspera del día de San Nicolás, el 6 de diciembre. La tradición dice que ese día el antiguo obispo visita a los niños de casa en casa para premiar a los buenos y castigar a los malos. Nicolás representa el premio, y con un precioso traje y mitra y báculo pastoral agasajará un año más con regalos, manzanas rojas y dátiles a los niños. Por suerte para los más pequeños, su ayudante Krampus, que simboliza el castigo con su vestimenta negra y peluda y sus ruidosas cadenas, hace años que no le acompaña en sus visitas.

Los niños vieneses, impacientes por la llegada de la Navidad, pueden ir contando los días en los característicos calendarios de Adviento que, a partir del 1 de diciembre, les deja abrir cada nueva jornada una ventanita en la que aparece un regalito o quizá alguna pequeña imagen. Así, cuentan los días hasta el 24.


En esa fecha mágica pasan la tarde por las atestadas calles de la ciudad en la creencia de que, mientras, el niño Jesús está dejando sus regalos bajo el árbol, adornándolo con bolitas de colores, tiras de papel plateado, dulces envueltos en papeles de colores y velas. A su regreso, disfrutan viendo el árbol iluminado y abriendo los regalos mientras cantan villancicos.

Pero mientras no llega ese día vieneses y visitantes acudimos a los múltiples mercadillos navideños que, dispersos por toda la ciudad, se instalan bajo la infinita iluminación de las calles con sus puestos de adornos navideños, frutos secos, pasteles, galletas y miles de regalos de todo tipo que se pueden encontrar en sus plazas.

Seguramente el más importante, el que marca el adviento vienés sea el Mercadillo del Niño Jesús (Christkindlmarkt) que desde mediados de noviembre hasta el día de Nochebuena invade la Rathausplatz (plaza del Ayuntamiento) con sus 150 quioscos, lugar de encuentro en la temprana oscuridad de la tarde, cuando más destacan las luces que iluminan los árboles y las fachadas.

Dispone de múltiples atracciones para los más pequeños, desde caballitos en los que montar a una casa de Blancanieves. También en la planta baja del edifico del Ayuntamiento los más pequeños pueden aprender a confeccionar galletas y pastas y a moldear velas de colores. Los viernes, sábados y domingos desde las 15:30 a las 19:30 se pueden escuchar villancicos de coros internacionales.


Mientras los niños aprenden a confeccionar las típicas galletas de mantequilla de Navidad los mayores se juntan con los amigos en torno a algún árbol iluminado o al calor de las casetas mientras engañan al frío con una taza de Punsch, un ponche caliente típico de estas fechas.

También en el distrito 1, en una de las plazas más bonitas del corazón de la ciudad, Freyung, el Altwiener ChristkindlMark (Mercadillo antiguo vienés del Niño Jesús) ofrece al visitante artesanía, pesebres y otros objetos decorativos.
En la Maria-Theresien-Platz, entre el Museo de Historia del Arte y el Museo de Historia Natural se puede visitar la Aldea Navideña (Weihnachtsdorf) con múltiples ideas de regalos mientras se escucha una banda típica austríaca de viento o algún otro grupo musical que ameniza el recorrido.

Y, muy cerca de allí, se puede pasar la tarde en una de las zonas más de moda del Viena. El MuseumsQuartier ofrece al visitante pabellones de hielo donde tomar un vino caliente con los amigos o jugar una partida de curling con la pista iluminada en la oscura tarde vienesa.

Fuera de este distrito central, en cada barrio encontramos una interminable lista de aldeas navideñas y mercados que se reparten por todos los rincones de la ciudad, como el Mercadillo de artesanías de la Iglesia de San Carlos en el distrito 4 (Karlsplatz), el Mercadillo Nostálgico de la Navidad en la Plaza de la Noria Gigante (Riesenradplatz) en el parque de atracciones Prater(distrito 2) o la Aldea Navideña del Parque del Palacio Belvedere (Oberes Belvedere en el distrito 3), donde se pueden comer y beber productos típicos de estas fechas mientras los niños montan en un trenecito.

Si ya es un placer visitar Viena en cualquier momento del año, la iluminación espectacular que corona sus plazas y calles, los innumerables mercadillos y sus gentes sorteando el frío y la nieve en las calles con sopas de calabaza y vino caliente son reclamo suficiente como para realizar la obligatoria visita que todo viajero debe hace a esta ciudad musical y bulliciosa en el mes de diciembre.

Dónde y qué comer en Viena
Viena es una gran capital europea y por tanto dispone de una variada oferta gastronómica. Dentro de la comida más típica austríaca, en esta época destacan las sopas y purés de calabaza y los productos de invierno.

Siempre es buen momento para comer un Wiener Schnitzel (escalope de ternera empanado) en alguna típica cafetería, como el clásico Café Museum que reabrió en octubre de 2010 remodelado pero conservando su encanto de café clásico y los estirados camareros que exhiben su arrogancia característica (schmeh) sin perder su excelente educación.

También es época de cocido, como el Tafelspitz, carne de vaca o buey hervido con verduras y acompañamiento de patatas. Si estás paseando por el centro histórico puedes probarlo en Gasthaus Pöschl, en la plaza de los Franciscanos. En general las carnes y hortalizas primarán sobre los pescados, de calidad bastante inferior a excepción de algunas especies de río. En la época adecuada las truchas serán una buena opción. De postre, la famosa Tarta Sacher o el Strudel de manzana no dejan indiferente a ningún viajero.

Si buscas cocina de autor, quizá te apetezca probar el menú degustación de Kulinarium 7, en el bohemio distrito 7 y probar al final sus aguardientes de destilación casera o cualquier otra copa en su bodega. Es caro pero merece la pena la experiencia.

También es recomendable el barco-piscina Badeschiff, embarcación de carga fluvial anclado en uno de los canales del Danubio, donde el chef Christian Petz (4 estrellas en Palais Coburg) gestiona el restaurante Holy Moly, en el que puedes comer un nuevo menú cada día a un precio muy razonable.

Por último, el restaurante Wiener Salon, con su impresionante cuadro de la emperatriz María Teresa desde el que vigila todo el comedor y la perra Laura recostada en la cocina, a la vista de los clientes.


Un alojamiento para viajeros con estilo
El hotel Altstadt es un capricho de su propietario, Otto Ernst Wiesenthal, quien después de dos décadas recorriendo el mundo se ha propuesto hacer de este alojamiento un lugar donde los viajeros se sientan como en casa, y no hay ninguna habitación igual a otra.
Situado en el barrio histórico Spittelberg, muy cerca de los principales puntos de interés, es un punto de partida perfecto para recorrer los mercadillos navideños de Viena y disfrutar de su ambiente de Adviento.

Todo lo que necesitas para tu viaje a Viena
En las webs de Turismo de Viena y Turismo de Austria, ambas en español, se puede encontrar toda la información sobre cómo llegar, alojamientos, restaurantes, eventos, mapas y cantidad de recomendaciones para viajeros. Incluso se pueden solicitar folletos por teléfono o correo electrónico.

Si no has reservado alojamiento antes de llegar, en cualquiera de las Oficinas de Turismo de Viena te ayudarán a gestionarlo en la zona que prefieras. Además, encontrarás conexión wifi gratuita en el Tourist-Info Viena del centro de la ciudad.

Tomado de Kuviajes