Lo
que nadie pone en duda es que Napoleón I Bonaparte (1769-1821), Emperador de
los franceses (1804-1815) y Rey de Italia, fue un astro de la historia. Por lo
que contar con un museo dedicado a constatar la influencia que su personalidad
ejerció sobre todos los ámbitos —desde el campo de batalla hasta el entorno
doméstico— es un privilegio que tienen los cubanos.
La
octogenaria Alix de Foresta, Princesa Napoleón y descendiente de Napoleón
Bonaparte, presidió en La Habana la reapertura del Museo Napoleónico
|
Existen unos cuantos museos y/o sitios napoleónicos en el mundo, los cuales reciben ese nombre porque atesoran objetos que han pertenecido a la familia Bonaparte, o que de alguna manera están relacionados con el Emperador y su saga. Por supuesto, los más nombrados se encuentran en Francia: el Museo Napoleónico de Arte e Historia Militar, en Fontainebleau; el Museo Nacional del Castillo de Malmaison, y la Casa Bonaparte, en Córcega, su isla natal, entre otros. También en Roma hay uno importante.
No es hasta muy recientemente —en 2008— que se funda el primer museo napoleónico en América continental: la Galería Imperio del Museo de Bellas Artes de Montreal, conformada con la colección que donara a esa institución el acaudalado empresario canadiense Ben Weider (Montreal, 1924-2008), fundador de la Sociedad Napoleónica Internacional.
Sin
embargo, el Museo Napoleónico de La
Habana sigue manteniendo su liderazgo originario en el continente americano
—además de ser el único de su tipo en Latinoamérica— tanto por la amplitud y
diversidad de sus colecciones como por el valor de estas, las cuales
requirieron la habilitación de una sede para conservarlas, una vez que se
decidió exponerlas al público en 1961.
Parte de las colecciones que se exhiben eran originalmente colecciones privadas y parte las ha comprado el estado cubano en subastas de Europa y Estados Unidos: hay pinturas, esculturas, muebles de estilo, armas, objetos históricos, grabados, artes decorativas y una colección de libros raros en francés, inglés y español. Podemos hacer el recorrido de la vida de Napoleón caminando a través de cuatro galerías y observar algunos de sus objetos personales (catalejos, pistolas), o la mascarilla mortuoria.
En la primera sala se ubican los objetos que remiten a las etapas previas al Imperio, en la segunda y segundo piso los del auge imperial, en el tercer piso su caída y en el cuarto está la biblioteca especializada en Napoleón. El museo tiene realmente muchas cosas que atraen el interés de los turistas y estudiantes del mundo, y ofrece visitadas guiadas, charlas y conferencias sobre el gran Corso y las relaciones entre Cuba y Francia.
La
mayoría de esos bienes museables llegaron a Cuba gracias a la fascinación que
por el Gran Corso sentía el magnate azucarero cubano Julio Lobo,
"millonario sefardita, famoso por su milagrosa vivencia en cuanto a alza y
baja de valores", (según la breve referencia que le dedica Alejo
Carpentier en su novela "La consagración de la primavera", al
incluirlo entre los asistentes a una fastuosa fiesta de la sociedad habanera de
los años 30 del siglo pasado.)
Con
placer e intelección, Lobo se dedicó a recopilar todo tipo de documento u
objeto relacionado con la figura de Napoleón I Bonaparte, a quien sin dudas
admiraba en más de un sentido hasta llegar a entronizarlo en su fuero interno.
Como resultado, logró la más importante colección napoleónica fuera de Francia,
la cual le deparó reconocimiento en la esfera cultural, aparejada a su
consabida fama de hábil financiero.
Poco
se sabe sobre el origen de esos bienes museables, así como del método de
adquisición y ordenamiento por parte de su dueño, que los conservaba en su
propia residencia, sita en 4 y 11, en el Vedado.
Hay constancia de que, hacia los años 50, Lobo se percató de la necesidad de organizar su biblioteca napoleónica, para lo cual contrató a María Teresa Freyre de Andrade, precursora de la bibliotecología en Cuba, junto a otros destacados especialistas.
Tras
el triunfo de la Revolución en 1959, el magnate abandona el país y queda atrás
su preciada colección, una parte de la cual se dispersa —sobre todo documentos
y libros—, aunque el grueso de bienes museables (unas 7 000 piezas) logra
conservarse.
Es sobre esa base que, en 1961, se crea el Museo Napoleónico de La Habana, con sede desde sus inicios en el palacio La Dolce Dimora, la antigua residencia del afamado político italo-cubano Orestes Ferrara.
Fuente
| Opus Habana / Argel Calcines
No hay comentarios:
Publicar un comentario